sábado, 20 de septiembre de 2008

DE LA CRONICA DE JESICA

Miradas.

Que sentimos cuándo nos miran con desprecio, con temor, con vergüenza, con burla. Cuando esas miradas son tan intensas, tan profundas que casi no podemos escapar.
Tratamos de mantener esa mirada hasta el punto en que no podemos mantenerla más.
¿Qué nos despierta la mirada del otro, de ese otro que no conocemos?
Tal vez nos despierte ansiedad, a que ese otro descubra alguna verdad que hasta entonces pasaba a ser terreno de lo desconocido. Tal vez esa ansiedad sea el temor hacer el ridículo o a quedar expuesto.
Pensemos en las ansiedades que nos genera ésta mirada del otro.
Así empezó la clase.
Las escenas parecían no tener mucho compromiso. El caldeamiento iba a destiempo con la música que se escuchaba de fondo, que despertaba movimiento, y que proponía que los cuerpos pudieran desprenderse del suelo.
La primera escena tuvo como protagonistas a Paula y a Federico.
En ésta escena parecía que algo de la multiplicación dramática había quedado resonando. Por un lado, boliches, una noches, fiestas, drogas y alcohol, y por otro, un hermano que siente vergüenza por que su hermana es diferente a él.
De a poco los auxiliares de la escena fueron desapareciendo, hasta que Paula se encontró resistiendo la mirada de ése hermano que con tanta lástima y vergüenza la miraba.
Sucedió algo que hasta entonces nunca había pasado, que entre una escena y otra, se produjera un silencio casi interminable. Donde ninguno de nosotros quería pasar.
La coordinación, hasta entonces dirigida por Mauricio y Laura, paso a manos de Juan Carlos. En ese silencio, miramos al escenario imaginario que teníamos enfrente y desde allí pensábamos en una escena, en sus personajes, en lo que ocurría.
De esta forma fue como Valeria y yo propusimos la segunda escena. Un personaje que transmitía una profunda tristeza, y por el contrario otro personaje que emitía una alegría, por momentos invasiva, y hasta poco tolerante.
Como 2 polos opuestos, nos encontrábamos enfrentadas en ese espacio, mirándonos a los ojos, con los cuerpos encarnados en el personaje, y al mejor estilo de pan y queso nos íbamos acercando. Aca parecía que algo de la escena del sábado pasado había quedado resonando, donde nos invadía el amor, el odio, la felicidad, la tristeza, como estaciones del alma.
Había lapsos en los que la escena se tornaba monótona, aburrida, sin sentido. Hasta que un elemento externo, tan simple como una caña, logro marcar el espacio y el límite que la alegría transgredía.
Como cierre de la crónica abro una invitación a que podamos pensar cuál es ese elemento externo que nos ayuda a marcar el espacio y el límite que necesitamos poner cuando nos sentimos invadidos.


“Un cruce de miradas es la explosión de dos cosmos, aunque idénticos en apariencia, diferente en lo más profundo de su fondo.
La mirada es el Big Bang de donde todo empieza y nada acaba. El útero, el principio de todo amor o todo odio. El fin de la búsqueda de la verdad. La cuna del silencio que detalla sin palabras lo que somos, lo que hemos sido y lo, sin duda, seremos.”

Rubén Martín Díaz.
“Reflexiones sobre las miradas”

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